A las 6 de la tarde, como cada día, salgo de trabajar y me dirijo al coche. En la radio, como cada día, la música es patética. El tráfico, como cada día, insoportable. El aparcamiento, como cada día. Y de repente el móvil.
– ¿Te acuerdas la Semana Santa que pasamos 6 en un coche, aparcados frente a un tanatorio?
– Como olvidar…
Hicimos la maleta para irnos 4 días al pueblo. Pusimos chaquetas, pusimos vaqueros, pusimos zapatos y zapatillas, pusimos la bolsa de aseo repleta de olores y colores, pusimos pijama, pusimos cinturones, collares y algún vestido pero cuando llegamos, justo en ese mismo instante, llegaron ellos. Cuatro amigos, unos más que otros, pasaban por allí de casualidad y decidieron, con el permiso de sus padres, quedarse a hacer noche en casa de mi amiga.
Nosotras entramos en el coche solo para saludar pero allí nos quedamos durante los siguientes 4 días. De ahí solo se salía para estirar, todo lo demás estaba permitido.
Y vosotros pensaréis; anda que bien un road trip por tierras aragonesas de 4 días da para conocer muchos pueblos, paisajes, tradiciones y gentes.
Sí, da, pero el coche no arrancaba más que para ir en busca de la sombra que daba el edificio del tanatorio situado a las afueras del pueblo. Y como se mueve el sol durante el día, y como hablamos, cantamos, gritamos, dormimos, comimos, saltamos, eructamos (unos más que otros) y reímos, reímos y reímos. Y no paramos de reír durante 4 días.
Y así es como pasé mis primeras vacaciones de Semana Santa en un coche parado.
Y así es como estaba llenando mi juventud de grandes momentos sin apenas darme cuenta.
Y desde entonces yo solo quiero vivir y comer jamón.
– Por cierto, estoy buscando tema para el blog. ¿Te importa que cuente alguna de nuestras anécdotas?
– Solo Cádiz te va a dar para un libro.
#MagniAventurAS
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